Junto con el tiempo, el movimiento es uno de los conceptos que más ha fascinado a la mente humana, quizás por ser ambos al mismo tiempo símbolos y motores del cambio. Pero no tiene mucho sentido hablar de movimiento si no se establece previamente un marco de referencia. Nos movemos, sí, pero ¿Respecto a qué nos movemos?
Cuando caminamos a lo largo de un vagón de tren nuestro movimiento será distinto tanto en magnitud como en dirección en función de aquello que elijamos como referencia de nuestro movimiento. Nos movemos con una dirección y velocidad determinada respecto al resto de pasajeros sentados en sus asientos pero con otra velocidad y quizás dirección respecto a los árboles que vemos a través de la ventana del tren.
Este sencillo ejemplo del movimiento puede complicarse enormemente si seguimos ampliando la escala de referencia, alcanzando una complejidad y magnitud enormes si se consideran escalas cosmológicas. Pero vayamos por partes.
La Tierra gira sobre su eje en un movimiento de rotación que completa un giro en un tiempo aproximado de 24 horas pero la velocidad relativa a la que nos movemos junto con la superficie de nuestro planeta va a depender de la latitud en la que nos encontremos. Esta velocidad alcanza su máximo valor en el ecuador con 1670 km/h. Por lo que tendríamos un movimiento más que añadir a nuestro hipotético tren que viaja por el ecuador terrestre.
Además de este movimiento, la Tierra se mueve a través del espacio completando una enorme órbita casi circular en torno a nuestra estrella en un periodo de tiempo aproximado de un año. Sabiendo que la distancia media de nuestro planeta al Sol es de 150 millones de kilómetros, con un sencillo cálculo llegamos a la conclusión de que la Tierra se desplaza a una velocidad de 107.000 km/h, o lo que es lo mismo 30 km/s. Para hacernos una idea de esa velocidad, si tuviéramos un avión capaz de alcanzarla, nos permitiría dar la vuelta al mundo en 22 minutos.
Pero estos no son los únicos movimientos que estamos experimentando, ya que el propio Sol también se mueve arrastrando con él a todo el sistema (planetas, asteroides, cometas) a través de la galaxia. Pero ¿A qué velocidad se mueve el Sol? Una vez más la respuesta depende del marco de referencia. La velocidad del Sol será distinta según con qué la comparemos. En principio la vamos a comparar con las estrellas más próximas, situadas a pocos años luz de distancia, después la compararemos con la propia Vía Láctea.
Con respecto a sus estrellas vecinas, nuestro Sol se mueve a una velocidad de 20 km/s. Este valor resulta sorprendente ya que es dos tercios de la velocidad de la Tierra en su movimiento de traslación. El Sol es sólo una de las más de 200.000 millones de estrellas que componen nuestra galaxia. La Vía Láctea es una galaxia espiral formada por varios brazos y nosotros nos encontramos en el denominado brazo de Orión. Nuestra galaxia gira sobre sí misma como una peonza por lo que orbitamos en torno al centro galáctico. De esta forma el Sol se mueve respecto a sus estrellas vecinas pero también gira con la rotación de la galaxia con una velocidad de 220 km/s. Tal velocidad nos permitiría viajar a la Luna en menos de media hora.
Pero ahí no acaban los movimientos. La Vía Láctea no sólo gira sobre sí misma sino que además se desplaza por el espacio intergaláctico, girando con sus galaxias vecinas en torno a un hipotético centro en una complicada danza gravitatoria. Comparado con el fondo de microondas, nuestra galaxia se desplaza a la increíble velocidad de 550 km/s, movimiento que por supuesto arrastra a todos los movimientos que hemos considerado hasta ahora.
Llegados a este punto podríamos caer en la tentación de querer sumar todos los movimientos acumulados, pero para terminar de complicar la compleja ecuación tenemos que tener presente que dichos movimientos tienen distintas direcciones.
Todos estos datos nos pueden dar una mejor idea de lo complicado que es hablar de movimiento a grandes escalas. Por otro lado vemos que el movimiento y por lo tanto el cambio es constante en todo el universo. Igualmente comprobamos lo difícil, por no decir imposible, que resulta encontrar un punto de referencia estático, no sometido a movimiento, aquel punto que con tanto ahínco busco Foucault para colgar de él su péndulo.
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